Oxfordianos - Programa 2 (2021) - Transcripción completa
"¿Cuál es el origen de la creencia de que el inmortal William Shakespeare fue el hombre bautizado como William Shakspere en Stratford-upon-Avon en 1564?
Lo encontramos en apenas dos o tres comentarios incluidos en los versos preliminares de la primera colección publicada de sus obras: el Primer Folio de 1623.
Surge entonces la pregunta: ¿cómo es que los biógrafos de Shakespeare llegan, desde estos escuetos comienzos, a los masivos volúmenes biográficos que hoy circulan?
Dos generaciones después de la publicación del Primer Folio, un chismoso sujeto llamado John Aubrey garabateó un breve boceto biográfico del Shakespeare de Stratford. Este sería seguido, una generación más tarde, por otra breve reseña adjunta por Nicholas Rowe a una edición de las obras de Shakespeare que él estaba editando. Y tomamos debida nota de lo que ambos dijeron.
Esta pequeña veta de información nos lleva al corazón del asunto:
¿Cómo es posible que, mientras más aprendemos sobre el hombre de Stratford, más crecen las aparentes discrepancias entre él y el dramaturgo que deberíamos deducir que fue?"
Charlton Ogburn, The Mysterious William Shakespeare.
Aquí citamos, una vez más, a Charlton Ogburn, el gran Charlton Ogburn de quien hablamos al inicio de nuestro programa. En este caso, el segundo episodio de Oxfordianos. Y aprovechamos de recomendar a todos los oyentes que lean su maravilloso libro The Mysterious William Shakespeare, que lamentablemente no está disponible en español, solo en inglés. A quienes dominen ese idioma, los invitamos a leerlo: es una gran fuente de conocimiento y está bellamente escrito.
Aprovechamos también de rendir homenaje a Charlton Ogburn, por supuesto.
En este segundo programa de Oxfordianos nos dedicaremos a analizar más en profundidad la vida de William Shakspere —como muy probablemente se pronunciaba su nombre—, el hombre nacido en 1564 en Stratford-upon-Avon.
Podrá parecer que estamos dando un preámbulo demasiado largo antes de presentar debidamente al Conde de Oxford, pero —a riesgo de ser majaderos, y con su dispensa, estimados auditores— la intención es dejar bien establecido por qué hay razones suficientes para dudar de que el hombre nacido en Stratford haya tenido alguna conexión con las obras firmadas por William Shakespeare.
No se trata de dudar por dudar, de forma antojadiza. No son una o dos las razones que dieron origen a este largo debate, sino muchas, y todas ellas basadas en hechos históricamente verificables.
Y junto a estos hechos, destacan aún más las grandes lagunas que existen en nuestro conocimiento acerca de la vida del hombre de Stratford.
Es, precisamente, la acumulación de evidencia lo que hace tan persuasivo este caso.
Lo cierto es que, sorprendentemente, no contamos con ninguna evidencia anterior a 1616 —el año de la muerte del hombre de Stratford— que lo vincule con las obras firmadas por William Shakespeare.
Por eso, en este segundo programa, profundizaremos en la vida de este personaje, para poder demostrar —o al menos mostrar— que la duda es razonable, y que su vida no presenta ningún vínculo visible con la obra de William Shakespeare.
No hay ninguna vinculación que podamos identificar entre su biografía y su obra. Y eso ya es muy, muy, muy extraño.
Para quienes no escucharon el primer programa introductorio, seguiremos aquí la convención generalizada en los círculos que dudan de la autoría tradicional: llamaremos Shakspere al hombre nacido en Stratford en 1564, y Shakespeare al escritor de las obras.
El motivo de esta distinción es facilitar la comprensión y subrayar que la escritura de los nombres no era tan laxa como se nos ha hecho creer.
De hecho, muchas veces el nombre del autor aparece en las publicaciones como Shake-speare, con un guion separando los dos elementos del nombre, lo que en la época era una convención frecuente para señalar un seudónimo literario.
Había muchas razones para escribir con seudónimo en la época isabelina, como veremos en programas futuros.
No está de más mencionar que los académicos actuales han escogido ignorar deliberadamente las diferencias en la grafía del nombre y lo han estandarizado como Shakespeare, con el fin de eliminar toda controversia al respecto.
Porque lo cierto es que en tiempos de Shakespeare los nombres no tenían ortografía fija: no toda la gente sabía escribir su propio apellido o decidir cómo deletrearlo.
Pero lo curioso es que los descendientes de William Shakspere jamás escribieron el apellido como lo hacía el escritor: Shakespeare, con la e intermedia. Nunca.
Si la ortografía hubiese sido tan laxa, cabría esperar que sus hijas o nietos hubieran escrito el apellido del mismo modo.
Pero no: ellos mantuvieron la grafía Shakspere, incluso sin la e final.
Por lo tanto, no es un tema zanjado ni trivial el de la grafía y cómo se escribía el apellido del hombre de Stratford y el nombre del escritor.
Otra convención importante: la atribución tradicional de la autoría se conoce como posición stratfordiana, por el lugar de nacimiento de William Shakspere; mientras que la atribución de las obras y poemas al Conde de Oxford es conocida como posición oxfordiana.
Existen también otras teorías sobre la autoría de Shakespeare, como la baconiana o la marlowiana, pero esas las explicaremos en programas futuros.
El registro bautismal de la iglesia de la Santísima Trinidad (Holy Trinity Church) de Stratford-upon-Avon registra el bautismo de Gulielmus filius Johannes Shakspere —nombre latinizado, como era la costumbre eclesiástica— el 26 de abril de 1564, según el calendario juliano.
El tema de la historia de los calendarios es fascinante, pero no podemos extendernos en él en este momento.
Basta decir que a comienzos del siglo XVIII Inglaterra adoptó el calendario gregoriano, el que usamos hoy, por lo que la fecha de bautismo de Shakespeare en el calendario actual sería el 3 de mayo.
Sin embargo, por convención, se mantiene la fecha original como día de su bautismo.
A esto se añade que la fecha de nacimiento de Shakespeare no está consignada en ningún registro.
La tradicional fecha del 23 de abril como “el día de Shakespeare” se basa simplemente en la suposición de que los bebés eran generalmente bautizados al tercer día de nacidos.
El señor John Shakespeare, padre de William, era fabricante de guantes y mercader de cueros. Llegó a ocupar cargos en el consejo municipal de Stratford, aunque la primera mención que tenemos de él en los registros históricos no es precisamente honrosa: fue multado por haber acumulado una gran cantidad de basura y desechos frente a su casa, “no habiendo excusa alguna para esta negligencia”, según señala el propio registro.
Además, Halliwell-Phillipps, biógrafo decimonónico y, desde luego, stratfordiano, no tiene reparos en señalar que “la suciedad y la ignorancia” —así lo dice, entre comillas— eran las principales características de la vida social de Stratford en aquellos años.
Un ambiente, sin duda, curioso para la educación del más grande escritor y del hombre más culto de su tiempo.
Pero suspendamos por un momento nuestro escepticismo y sigamos analizando qué nos cuentan los biógrafos oficiales.
Como ya mencioné, el padre de Shakespeare, pese a su flagrante insalubridad, llegó a ocupar cargos municipales. Esto ha permitido a los biógrafos stratfordianos asumir que el pequeño William asistió a la escuela municipal, ya que los hijos de los concejales tenían acceso automático a ella.
Aclaro que empleo términos modernos para referirme a realidades de la época isabelina, solo para que resulte más comprensible y contextualizado.
Lo cierto es que no existe ningún registro que pruebe su asistencia a la escuela King Edward VI Grammar School —también conocida como King's New School.
No hay diario, carta, ni testimonio de ningún supuesto compañero de clase que diga haber compartido aula con el William Shakespeare escritor.
Tampoco hay registros de asistencia de otros estudiantes: en la escuela de Stratford no se guardaban tales registros.
Ahora bien: ¿cómo es posible que ninguno de sus compañeros mencionara jamás —en cartas, diarios o cualquier documento— que fue compañero de escuela del célebre autor William Shakespeare?
Eso resulta bastante curioso si asumimos, como se nos enseña, que Shakespeare fue ampliamente celebrado en su propio tiempo. Alguno habría dicho: “yo fui su compañero de clase”. Pero nadie lo hizo, o bien todo se perdió.
Sin embargo, esta no es la única dificultad de la teoría oficial.
Después de todo, ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, así que sigamos.
Para ser admitido en la escuela municipal de Stratford, no bastaba con ser hijo de un concejal. William debía ya saber leer y escribir, porque —a diferencia de hoy— en la época se esperaba que los niños fueran instruidos en las letras en casa, por sus padres o tutores, antes de ingresar a la escuela.
Repito, con perdón de ser majadero: en esa escuela no se enseñaba a leer y escribir desde cero; se asumía que los niños ya dominaban esas habilidades básicas.
La escuela ofrecía lo que hoy llamaríamos “estudios intermedios”, centrados en el latín estandarizado por la Corona y en programas de literatura latina: los clásicos.
William, por lo tanto, debía saber leer y escribir antes de entrar, y además su familia debía tener medios económicos o su padre debía ser concejal, para garantizar su ingreso.
Y aquí surge una dificultad aún mayor: lo que sabemos con certeza —y que ni siquiera los biógrafos oficiales han puesto en duda— es que John Shakespeare y Mary Arden, sus padres, eran analfabetos.
Hay abundante evidencia de que los padres y familiares del hombre de Stratford eran incapaces de leer y escribir, o en el mejor de los casos, sabían leer pero no escribir, lo que era relativamente común en esa época.
Este detalle será aún más relevante más adelante, cuando abordemos al propio Shakespeare y sus descendientes.
Por lo tanto —y esto tampoco ha sido cuestionado nunca— no tenemos ningún registro que demuestre que William Shakspere de Stratford haya recibido educación de ningún tipo.
Solo se presume que la recibió, porque su padre era concejal… y, sobre todo, por las obras que escribió.
Pero si eliminamos la premisa de que escribió esas obras, entonces lo único que queda es una presunción basada en la ocupación de su padre, sin ningún respaldo documental.
Ante esta dificultad capital, los biógrafos stratfordianos han optado por suponer que asistió a la escuela de Stratford, que se centraba en los clásicos latinos, y que todo lo que no aprendió ahí lo aprendió de otros niños mayores.
Es decir: según esta teoría, William tuvo la fortuna de contar con los compañeros de clase más cultos de su tiempo, quienes en sus ratos libres lo instruyeron no solo en latín, sino también en griego y hebreo —las lenguas cultas de la época—, así como en los clásicos grecolatinos, las Sagradas Escrituras, leyes, medicina galénica y paracélsica, cetrería, tenis y muchas otras disciplinas.
Todo esto está reflejado, como sabemos, en la obra posterior de Shakespeare.
Esta hipótesis —la de que sus compañeros lo educaron en sus tiempos libres—, por disparatada que suene, se puede leer en las especulaciones de muchos biógrafos oficiales.
Y asumiendo que fuera posible —suspendamos de nuevo nuestro escepticismo por un momento— y aceptemos que Shakespeare tuvo la fortuna de estudiar junto a los compañeros más cultos de Inglaterra, lo mínimo que cabría esperar es que la existencia de semejante ambiente escolar hubiera dejado huellas: toda una generación de letrados saliendo de Stratford.
Pero lo que sabemos es que Stratford estaba caracterizado precisamente por “la suciedad y la ignorancia”, según los propios biógrafos.
Es decir: se contradicen.
Por un lado, Stratford era un lugar sucio e ignorante; por otro lado, Shakespeare habría tenido allí a los compañeros más cultos de Inglaterra, quienes en sus ratos libres lo educaron en todas las artes y ciencias.
Vaya que estiran y estiran este elástico los biógrafos stratfordianos… hasta que ya no da más.
Como vemos —y esta es una de las críticas más comunes de los stratfordianos hacia los oxfordianos—, no se trata de creer que un genio no pueda surgir de un ambiente pobre e ignorante.
Los stratfordianos suelen acusarnos a los oxfordianos de ser unos snobs, de creer que un genio solo puede provenir de la alta nobleza. Pero esto es una falacia: no significa absolutamente nada.
No estamos diciendo eso.
De hecho, existen numerosos casos en la historia que demuestran lo contrario.
Pero en todos esos casos contamos con un claro registro de cómo esos genios lograron educarse, pese a toda la adversidad: quedan testimonios, documentos, libros… y sobre todo rastros en sus obras.
Un caso paradigmático es el de Gabriela Mistral —que, oh sorpresa, tampoco se llamaba así: ese era el pseudónimo de Lucila Godoy Alcayaga.
Ella provenía de un origen muy humilde y podemos seguir paso a paso su crecimiento como poeta, desde la adolescencia hasta la madurez.
Tenemos registros de cómo se educó, quiénes la influenciaron, cómo fue dando forma a su talento natural.
Y así como ella, hay muchos otros ejemplos.
Pero la mencionamos porque para nosotros los chilenos es la más cercana.
En el caso de Shakespeare, en cambio, no existe nada de eso.
Toda la evidencia disponible indica que fue analfabeto o, en el mejor de los casos, que podía leer pero no escribir correctamente.
Por ello los biógrafos oficiales han luchado encarnizadamente con este problema… sin llegar a ninguna respuesta convincente.
Caso aparte es el del Shakespeare Birthplace Trust, la organización turística que se dedica a lucrar con el “lugar de nacimiento” en Stratford.
Ellos no tienen reparos en inventarse lo que sea con tal de cobrar entrada: la casa donde nació, la escuela donde estudió, el pupitre en el que se sentó, el árbol que supuestamente plantó…
Todo esto forma parte de las atracciones turísticas que dejan una millonaria cifra anual al turismo inglés.
Claramente, aquí hay un problema de intereses, pero ese será tema para otro programa.
Continuemos, entonces, con la vida del hombre de Stratford.
Con 18 años —menor de edad, ya que la edad de consentimiento en la era isabelina era de 21—, William contrae matrimonio el 27 de noviembre de 1582 con Anne Hathaway, de 26 años, quien ya estaba embarazada en el momento de la boda, lo que hace suponer que el matrimonio fue realizado bajo presión.
Seis meses después, el 26 de mayo de 1583, Anne da a luz a Susanna, la hija mayor.
Poco sabemos de la vida de Shakespeare en esa época, aunque, a juzgar por los sucesos posteriores y la escueta e incluso insultante mención que hace de su esposa en su testamento —a quien lega su “segunda mejor cama”—, es razonable suponer que no fue precisamente un matrimonio feliz.
Los gemelos Hamnet y Judith Shakespeare fueron bautizados el 2 de febrero de 1585, y se sabe que poco después Shakespeare abandonó Stratford y a su mujer, dejándola sola a cargo de los hijos:
tras el nacimiento de los gemelos, simplemente se marchó.
Hamnet, su único hijo varón, moriría a los 11 años de causas desconocidas… y en ausencia de su padre, por supuesto.
Mucho se ha especulado sobre una posible relación entre esta tragedia y la escritura de Hamlet.
Esto podría parecer un argumento a favor de la teoría stratfordiana, pero lo cierto es que este vínculo no es más que una coincidencia de nombres.
Hamnet no era un nombre inusual en la época: era relativamente común.
Además, la obra Hamlet está basada en una fuente bien conocida: una versión francesa de una leyenda nórdica recopilada por el historiador medieval Saxo Grammaticus en el siglo XIII.
Y aquí es donde surge otro problema:
para escribir Hamlet, el autor debió haber leído esa historia en francés, porque en la fecha probable de composición —hacia comienzos del siglo XVII— no existía ninguna traducción inglesa disponible.
Recalco esto:
el escritor que compuso Hamlet tuvo que haber leído la versión en francés.
Incluso los propios stratfordianos reconocen esto.
Ellos mismos dicen que Shakespeare debió hablar francés con cierta fluidez… pero admiten que esto es poco probable, dado que no hay evidencia alguna de que Shakespeare haya viajado fuera de Inglaterra.
De hecho, en la época isabelina, todo viaje al extranjero debía ser visado directamente por la reina: la Corona controlaba quién salía y quién entraba al país.
Cualquier viaje no autorizado era castigado de forma muy severa.
Por lo tanto, la explicación a la que recurren algunos biógrafos es que Shakespeare nunca viajó… o, si lo hizo, fue clandestinamente… o que todo lo que sabía sobre Europa se lo contaron.
Volvemos, entonces, a la misma situación que vimos al hablar de su supuesta instrucción escolar: siempre aparece alguien que le habría contado las cosas.
De eso se aferran los stratfordianos para poder sostener su relato, porque en realidad… no tiene ningún sentido.
Reitero: o bien Shakespeare hablaba con fluidez el francés —cosa que incluso los stratfordianos consideran poco probable—, o la historia le fue contada verbalmente por alguien.
O, como afirmamos nosotros, simplemente la obra no fue escrita por el hombre de Stratford.
Volviendo a Shakespeare, es casi cómico que la mayor parte de lo que sabemos de él ya se ha dicho antes en el podcast, porque los años siguientes a su abandono de la familia se conocen precisamente como los años perdidos: los años en que, supuestamente, habría escrito sus obras maestras.
Es importante señalar —como ya mencionamos en el programa anterior— que no existe registro alguno de que Shakespeare compusiera poemas, cartas o cualquier tipo de producción literaria en su juventud… ni tampoco en el resto de su vida.
No hay obra temprana que muestre al genio en formación, como sí ocurre con casi todos los demás grandes genios, como vimos también en el episodio anterior.
Tampoco —y esto es tremendamente relevante— tenemos evidencia de que Shakespeare haya poseído libros.
Y recordemos que en aquella época no había bibliotecas públicas, ni mucho menos internet o Wikipedia.
Solo existían bibliotecas privadas, inaccesibles salvo para nobles —que eran quienes poseían las bibliotecas— o para universitarios, que podían consultarlas en Cambridge, en Oxford.
Por otro lado, comprar libros era muy costoso.
Quienes compraban libros eran personas acomodadas, y su adquisición era siempre una inversión que servía a su profesión: médicos, abogados, jueces, clérigos…
Un libro podía costar lo mismo que un caballo, o incluso más: era una inversión importante.
Para ponerlo en perspectiva: sería como si hoy tuviéramos que pagar el equivalente a un auto por un solo libro.
No era cuestión de ir a la bandeja de “todo a mil”, como decimos en Chile.
No: leer era un asunto serio y costoso.
Si Shakespeare escribió las obras que se le atribuyen, debió haber leído muchos libros: sus obras están llenas de fuentes literarias.
Pero de esos libros no hay rastro.
¿Quién le dio acceso a una biblioteca?
¿Dónde adquirió sus libros?
¿Con qué dinero?
¿Dónde fueron a parar cuando murió?
Son preguntas sin respuesta.
Por el contrario, mucha evidencia apunta a que Shakespeare era analfabeto, o poco letrado.
Volvemos una vez más al mismo punto:
la ausencia de libros en la vida de un escritor es algo muy sospechoso.
Todos los escritores tienen libros, incluso los más pobres: de alguna manera se hacen con ellos —por compra, préstamo, regalo o incluso robo— porque un escritor necesita leer; como un compositor necesita escuchar música, o un pintor necesita ver pintura.
Es imposible que un genio, por muy talentoso que sea, se desarrolle en el vacío.
En síntesis, Shakespeare habría llegado a Londres en 1585 en busca de fortuna, y no se sabe nada más de él hasta 1592, cuando aparece mencionado por primera vez como asociado a la escena teatral londinense.
Luego, en 1593, se publica su primer trabajo literario: el magistral poema Venus y Adonis.
El poema consta de 1194 versos en pentámetro yámbico, dividido en 199 estrofas de seis versos.
Curiosamente, el conde de Oxford fue uno de los primeros introductores de la estrofa de seis versos… pero ya nos ocuparemos de eso más adelante, cuando estudiemos su figura.
Venus y Adonis es una obra mitológica basada en Las metamorfosis de Ovidio, y el autor demuestra en ella un conocimiento supremo de esa fuente.
Ya dedicaremos más tiempo a analizarla en detalle, pero basta decir por ahora que se trata de una obra maestra pulida y madura: impensable como primer esfuerzo poético de cualquier autor.
Nadie —ni siquiera los más grandes genios— produce una obra maestra en el primer intento.
De hecho, no puedo dejar de mencionar que el primer traductor al inglés de Las metamorfosis fue precisamente el tío del conde de Oxford.
Es muy probable que el conde de Oxford tuviera acceso temprano a esa traducción… pero además, él era latinista: podía leer el original.
Ya prometimos, queridos auditores, que nos adentraremos en ese misterio más adelante.
Pero no puedo dejar de subrayarlo ahora:
Incluso los stratfordianos reconocen que Shakespeare debió haber leído Las metamorfosis en la traducción del tío del conde de Oxford, porque es poco probable que supiera suficiente latín como para leerlo en la lengua original.
Lo reconocen ellos mismos.
Entonces, ¿qué es más probable?
¿Que un hombre analfabeto, pobre y sin medios haya tenido acceso a ese libro costoso… o que lo haya tenido alguien como Edward de Vere, el conde de Oxford?
Continuemos nuestro viaje por la vida del hombre de Stratford.
Como decía: nadie —ni siquiera los más grandes genios como Mozart— ha producido una obra maestra en el primer intento.
Y los stratfordianos lo saben bien: por eso reconocen que es imposible saber cuándo comenzó Shakespeare a escribir… pero aun así consideran Venus y Adonis una “obra de juventud”, simplemente porque fue la primera publicada.
Pero lo cierto es que Venus y Adonis es una obra madura, una obra maestra.
Resulta difícil imaginar —luego de todo lo que hemos dicho sobre el hombre de Stratford— que pudiera siquiera concebir, mucho menos escribir, una obra de esa magnitud “de la nada”.
Pero así es el genio, nos dicen.
Shakespeare era un genio y, por lo tanto, no necesitaba educación ni experiencia: todo lo canalizaba perfecto desde el principio.
Tal falacia —alimentada en parte por el sarcasmo de Ben Jonson, de quien hablaremos más adelante— ha sido perpetuada por mucho tiempo.
Otra de las falacias favoritas de los stratfordianos es que Shakespeare aprendió todo “de oídas” en la taberna Mermaid Tavern —y aprovecho aquí de hacer una fe de erratas:
en el primer programa dije La Ballena, cuando en realidad es La Sirena—, lugar de reunión de bohemios, actores, literatos y prostitutas del Londres isabelino.
En círculos oxfordianos la llamamos burlonamente la taberna del conocimiento ilimitado, porque según los biógrafos oficiales lo que Shakespeare no aprendió en la escuela —gracias a sus letrados compañeros mayores— lo aprendió en la taberna, gracias a sus letrados colegas.
Vaya con las biografías oficiales…
De los años perdidos solo tenemos registro de Shakespeare como actor en algunas nóminas, y como testigo en un proceso judicial por deudas —deudas que otros contrajeron con él: Shakespeare prestaba dinero.
Luego de haber triunfado en Londres con las mejores obras desde los clásicos grecolatinos, y después de haber reinventado el idioma inglés, nos dicen los biógrafos que Shakespeare vuelve a Stratford para disfrutar de un retiro acomodado gracias a los réditos de su obra…
y se dedica a prestamista usurero y terrateniente, para no escribir nunca más una línea… salvo las infames firmas de su testamento.
El gran genio que nunca escribió cuando joven, tampoco escribe en su madurez.
Solo escribió durante los “años perdidos”, de los que nadie sabe nada.
¡Qué maravillosa coincidencia!
Nos damos cuenta, ¿verdad?
Sabemos que Shakespeare no escribió cuando joven —no hay registros.
Sabemos que no escribió cuando viejo —no hay registros y, de hecho, hay evidencia de lo contrario: que no escribía.
Pero solo escribió durante esos años milagrosos y misteriosos de los que no sabemos nada.
Los biógrafos atribuyen su regreso a Stratford al cierre de los teatros de Londres en 1609 debido a la peste.
Como no había teatros, dicen, regresó a su pueblo natal.
En cualquier caso, sabemos que desde esa fecha aproximada hasta su muerte en 1616, el hombre estuvo en Stratford ocupándose de sus propiedades y acrecentando su fortuna… como prestamista usurero.
Y esto no lo digo yo con animosidad: es lo que reflejan los registros históricos.
De hecho, me parece —aunque ahora no lo recuerdo exactamente— que tanto él como su padre estuvieron involucrados en procesos judiciales por usura.
Es relevante mencionar también que, pese a que el género epistolar ocupa un lugar destacado en las obras de Shakespeare —sus personajes escriben muchísimas cartas; incluso hay estudiosos que dicen que las mejores cartas del idioma inglés están en Shakespeare—,
no tenemos registro de que el hombre de Stratford haya escrito ni una sola carta en su vida.
Y tampoco se sabe que haya recibido cartas.
Solo existe una carta dirigida a Shakespeare pidiéndole dinero prestado…
pero nunca fue enviada: como si el remitente se hubiese enterado, a última hora, de que el destinatario no sería capaz de leerla.
Los años finales del hombre de Stratford ni siquiera merecen demasiada atención aquí, porque lo único que muestran los registros —principalmente judiciales— son sus batallas legales por cobranzas, propiedades y asuntos comerciales.
De esos registros provienen también sus infames firmas:
el único manuscrito del supuesto bardo de Stratford.
Se dice que esas firmas, temblorosas y erráticas —que parecen el esfuerzo de alguien que no sabe escribir bien intentando trazar las letras de su propio nombre— son producto de un supuesto problema de salud del viejo Shakespeare…
Se dice que Shakespeare habría tenido un ataque, una embolia, algo que le impedía escribir bien al momento de firmar su testamento… pero no hay ningún registro de ello: es solo una especulación.
Además, el propio testamento declara al comienzo que el testador estaba, “en plena posesión de sus facultades y su salud”.
El testamento, por supuesto, no fue redactado de puño y letra por Shakespeare, sino por un funcionario legal.
Shakespeare solo se limitó a firmarlo —y mal— en cada uno de los folios.
Pero sobre el testamento y su misterio haremos un programa aparte.
Por otro lado, no existe ninguna evidencia escrita de que Shakespeare haya estado involucrado con las obras que llevan su nombre.
Habría sido natural que mencionara en su testamento aspectos legales sobre herencias literarias, sobre obras inéditas o planes de publicación para sus herederos… pero nada de eso aparece.
El testamento es minucioso en detallar otros asuntos —especialmente de dinero— pero no menciona nada relativo a su supuesta obra literaria.
Nada, queridos auditores.
Ni un manuscrito, ni una carta. Absolutamente nada.
No hay un solo papel que él mencionara en su testamento que diga: “soy escritor”.
Se lo menciona, sí, como accionista de la compañía The Lord Chamberlain’s Men, lo que ha llevado a asociarlo con el Teatro Globo, pero tampoco hay registro fidedigno de esa relación.
Se lo menciona como actor, como accionista y como hombre de negocios.
Pero jamás durante su vida se lo menciona como escritor.
Y quiero repetir esto —a riesgo de ser majadero—:
De Shakespeare de Stratford, ¿qué registros históricos tenemos?
Que fue un hombre de negocios, prestamista, accionista de The Lord Chamberlain’s Men, y que probablemente actuó en alguna de sus obras: un actor amateur y un empresario.
Eso sabemos.
Pero de su vida, durante su vida, no tenemos ningún registro que lo vincule con la obra escrita; ni siquiera que lo mencione como escritor.
Eso es inaudito.
No existe otro caso en la historia comparable.
Es como si no existieran registros en la época que vincularan a Mozart con la música.
Así de flagrante sería.
Lo recalco nuevamente:
Jamás, durante su vida, se lo menciona como escritor o vinculado siquiera a la impresión de sus obras.
No hay contratos, ni registros legales que documenten ingresos por publicación o venta de sus libros.
Y estamos hablando de un hombre interesado en el dinero —eso ya lo sabemos—: prestamista, comerciante de lana, propietario, arrendador.
El dinero era algo que conocía muy bien.
Por lo tanto, sería natural esperar encontrar registros que indiquen pagos o ingresos por sus obras o ediciones.
Nos dicen que Venus y Adonis tuvo nueve ediciones durante la vida de Shakespeare: fue un éxito editorial.
¿Dónde está ese dinero?
¿Dónde están los réditos que debería haber recibido?
De hecho, podemos encontrar rastros de ese tipo de transacciones en otros autores de su tiempo, algo que también analizaremos en futuros programas.
Pero en el caso de Shakespeare, para los efectos de la evidencia histórica, jamás fue un escritor.
No hay nada en su vida que lo vincule con sus obras, salvo —como ya mencionamos— el pequeño alcance de nombre con Hamnet.
Nos dicen: “era un genio, se lo imaginó todo”.
Pero no hay ningún literato que no beba de su realidad, de su vida. Ninguno.
Si uno analiza las vidas de los escritores —y yo he analizado muchas— se puede comprobar que siempre hay una relación entre vida y obra, incluso cuando el propio autor intenta negarlo. Siempre.
Además, hijo de padres analfabetos y siendo supuestamente autodidacta —el autodidacta más exitoso y más grande de la historia, según la versión oficial— resulta muy notable, en el peor sentido, que no educara a sus hijas.
Ellas siguieron firmando con una marca en documentos legales y no hay evidencia alguna de que recibieran educación, ni por parte de su padre ni de nadie más.
Sería otra excentricidad más de Shakespeare: el mayor escritor de la historia, el hombre que dio forma al idioma inglés, ni siquiera dejó a sus hijas el regalo de las letras.
¿Tiene algún sentido eso?
Padres analfabetos… puede ser. Es muy probable en la época.
Pero… ¿el mejor escritor de la historia, y sus hijas analfabetas?
Y en cuanto a esto no puedo dejar de mencionar que la hija mayor de Shakespeare, Susanna, contrajo matrimonio con un hombre culto: el médico John Hall.
John Hall tiene relevancia histórica propia por su labor médica durante la época isabelina y por haber dejado extensos diarios sobre hechos históricos y avances médicos de su tiempo.
¿Mencionó en sus diarios que su suegro era William Shakespeare, el escritor más grande y famoso de su tiempo?
No.
Queridos auditores:
si ustedes hubieran sido el yerno de William Shakespeare, ¿no habrían dejado escrito algo como “mi suegro fue el gran escritor William Shakespeare”?
Bueno, el doctor Hall no lo consideró relevante.
En sus diarios solo consigna que “tal día murió mi suegro”.
Nada más.
Por último, hubiera escrito: “Hoy fue el funeral de mi suegro, el escritor William Shakespeare”.
Sería una evidencia contundente a favor de la autoría tradicional.
Pero no: no lo menciona.
Ni como escritor, ni como actor, ni en ningún otro aspecto relacionado con su vida.
Muchos han especulado que, ante la ausencia de libros en el testamento de Shakespeare y la ausencia de evidencia de que haya poseído alguno, tal vez los libros que tuviera habrían pasado a su yerno, el doctor Hall.
Pero recordemos que los libros eran bienes valiosos.
Un hombre tan preocupado por el dinero, como sabemos que era Shakespeare, se habría ocupado de dejar bien establecido el destino de sus libros.
Y, de hecho, fue muy cuidadoso en su testamento: dejó instrucciones precisas para herencias futuras, cuidó hasta el último detalle… y fue muy parco con sus yernos.
De hecho, buscó incluso triquiñuelas legales para que nada del dinero llegara a ellos.
Por lo tanto, pensar que Hall se quedó con los libros parece poco plausible.
Además, en los diarios del doctor Hall no hay ninguna mención de que poseyera los libros de Shakespeare.
Él sí tuvo una importante biblioteca —y dispuso de ella en su propio testamento— pero en relación a su famoso suegro… ni rastro.
Otro hecho curioso en torno al supuesto legado de Shakespeare.
Y, por otro lado —volviendo al aspecto lingüístico—:
es habitual que escritores, incluso en esa época, incluyeran en sus obras algún giro idiomático de su lugar natal, narraran hechos vinculados a su tierra o hicieran sátira de sus coterráneos, sus usos, costumbres o jergas.
Pero en las obras de Shakespeare no existe ningún rastro del habla de Warwickshire —el condado donde se encuentra Stratford, aún hoy—.
Por el contrario: el inglés de Shakespeare es un inglés culto, elegante, refinado hasta el extremo.
No hay dialecto, ni rusticidad, ni habla campesina en sus obras.
Además, Shakespeare —el escritor— contribuyó más de 1700 palabras nuevas al idioma inglés, así como infinidad de expresiones idiomáticas que incluso han traspasado a otros idiomas.
Muchos estudiosos han dicho que Shakespeare es, en cierta medida, el inventor del inglés moderno.
Y muchos de sus neologismos y metáforas se basan en expresiones cultas de otros idiomas: latín, griego, francés, francés normando, italiano, entre otros.
Es decir: nuestro autor debió ser un políglota con un conocimiento profundo de todas esas lenguas.
Un hombre cultísimo.
Un autor refinadísimo, que dio forma y pauta al idioma inglés.
El inglés que existe hoy es, en gran medida, el idioma de Shakespeare.
Y como mencioné antes, muchos de sus neologismos y expresiones idiomáticas han trascendido incluso las fronteras del inglés, instalándose en otras lenguas.
Por lo tanto, mucho le debemos a Shakespeare —al autor de las obras, sea quien sea—…
pero las evidencias nos invitan a preguntarnos si ese autor fue realmente el hombre de Stratford.
En futuros programas —como les digo— hablaremos en detalle de los aspectos lingüísticos de las obras de Shakespeare y de cómo dieron forma al inglés tal como lo conocemos hoy.
Pero algo es seguro: es imposible subestimar su importancia.
Así como se dice que Lutero dio forma al alemán moderno con su traducción de la Biblia —y por ello es tan relevante—, Shakespeare hizo algo semejante… e incluso aún mayor.
Pero bueno, para cerrar esta exposición sobre la vida del hombre de Stratford, es necesario decir que a su muerte —probablemente el 23 de abril de 1616, el mismo día de su probable nacimiento—, en Stratford nadie lo conocía como escritor.
Nadie en su pueblo hizo mención alguna al fallecimiento de “el gran escritor”.
Nadie escribió un poema en su honor.
Nadie le organizó un funeral acorde a la estatura artística que se le atribuye hoy.
A Edmund Spenser, por ejemplo —considerado el poeta más grande de la era isabelina por sus propios contemporáneos—, se le organizó un gran funeral costeado por el conde de Essex, al que asistieron todos los escritores de su época.
De hecho, los stratfordianos dicen que probablemente Shakespeare —quienquiera que haya sido— asistió a ese funeral.
En el funeral de Spenser se leyeron decenas de elegías compuestas por sus colegas y fueron arrojadas sobre su féretro.
Incluso se llegó a afirmar que su funeral fue más grande y él fue más llorado que la misma reina Isabel, que moriría cuatro años después, en 1603.
El funeral de Spenser fue en 1599.
Así que no es que en esa época no se celebrara a los escritores: claro que se los celebraba.
Entonces, ¿por qué al más célebre de todos, William Shakespeare, no se le dedicó ni una elegía ni un registro digno de su funeral?
Hay algo que claramente no encaja.
Como veremos en los próximos episodios, existía casi un tabú en torno a Shakespeare: sus contemporáneos lo mencionan poco en los registros escritos y, cuando lo hacen, es de forma ambigua y casi en clave.
Los escritores de la era isabelina eran maestros de la sátira y de la ironía: ya tendremos tiempo de analizar ejemplos en el futuro.
Pero, ¿qué es lo central que quiero que entiendan de todo esto?
Algunos sostienen que “las firmas de los escritores de la época eran todas malas”, que nadie sabía firmar bien.
Eso es falso.
Aquí, en el video, mostraré algunos ejemplos de firmas de contemporáneos de Shakespeare y verán que son firmas elegantes: firmas de escritores, incluso con variantes caligráficas.
No tiene sentido decir que en esa época los escritores no firmaban bien.
El único que no lo hacía era Shakespeare.
Shakespeare es el único en muchas cosas… y no precisamente buenas.
Para cerrar este capítulo basta decir que, luego de la muerte del hombre de Stratford, solo dos hechos lo vinculan con las obras de Shakespeare:
el monumento en Stratford —su tumba en la iglesia— y el Primer Folio, ese libro extraordinario, uno de los más valiosos de la historia, donde aparecen reunidas por primera vez casi todas sus obras.
Espero dedicar episodios futuros a analizar estos temas, porque son de capital importancia para este misterio:
nos adentraremos en detalle en el testamento, en la tumba, en el monumento y en el Primer Folio.
Porque, de hecho, un análisis profundo de estos elementos, lejos de afirmar la tesis stratfordiana, la derrumba por completo.
Como adelanto, digamos esto:
el monumento que hoy puede verse en Stratford es del siglo XVIII: el original desapareció o fue reformado.
El único testimonio gráfico que tenemos sobre cómo lucía originalmente es un boceto y grabado de 1634, realizado por William Dugdale.
En ese dibujo —que podrán ver en el video— aparece un hombre apoyado en un saco de lana.
Nada más.
Ni pluma, ni pergamino, ni el menor rastro del escritor.
Al parecer —y esto sí cuenta con respaldo documental— Shakespeare era recordado en su pueblo simplemente como un exitoso empresario lanero y prestamista.
Y Dugdale era un dibujante competente: experto en heráldica y anticuario, cuyas obras contienen representaciones cuidadosas y exactas.
No podemos culparlo —como hacen algunos stratfordianos— de haber sido “un mal dibujante” y que no supo representar correctamente el monumento.
Por favor.
Pero —repito— sobre estos misterios haremos un programa más detallado próximamente.
Lo cierto es que el monumento y el Primer Folio parecen estar vinculados al mismo engaño deliberado.
Sí: porque sostenemos —junto con otros oxfordianos— que el error de atribución de las obras de Shakespeare no fue un accidente histórico, ni un malentendido que se desbordó, sino un hecho premeditado y ejecutado para enterrar el nombre del verdadero autor…
para despojarlo de su nombre y de la gloria de su obra.
Pero para entender eso, para comprender este gran engaño histórico y deliberado, necesitamos conocer por fin a Edward de Vere, el 17º conde de Oxford.
Y eso comenzaremos a hacerlo en el próximo capítulo de Oxfordianos.
Esperamos que los auditores nos perdonen si hemos repetido cosas ya dichas: era necesario fundamentar el caso contra Stratford de la forma más contundente posible en el contexto de este podcast.
Porque realmente fundamentarlo implica miles y miles de páginas de libros…
pero esto es un podcast: es también entretención, así que no podemos extendernos demasiado en detalle.
Aun así, creo que ha quedado claro el caso de por qué el hombre de Stratford, al parecer, no tiene nada que ver con las obras de William Shakespeare.
Así que, a partir del próximo capítulo, estudiaremos por fin al conde de Oxford…
y a partir de ahí nos referiremos a Shakespeare únicamente en relación con Edward de Vere.
Eso sí: dedicaremos programas especiales al monumento de Stratford y al Primer Folio, porque para comprender toda la intriga asociada es necesario conocer primero la historia del conde de Oxford.
Por eso les invito a escuchar el próximo programa, que será una presentación de Edward de Vere:
un episodio dedicado por entero a conocer a este misterioso y, sin embargo, injustamente olvidado personaje.
Hasta pronto, amigos.
(Transcrito usando Buzz y editado con ChatGPT. Pueden escuchar el podcast y ver las diapositivas en: https://youtu.be/zYyuO0uYV-g)
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